Edmundo Rivero, de Valentín Alsina para el mundo: se cumplen 110 años de su nacimiento
Rivero, un distinto
Cantor exquisito, con un registro desusado para el tango -el de bajo barítono- Rivero fue apodado «El feo» por su aspecto físico, definitivamente diferente de la pinta de galán de la mayor parte de los cantores del tango. Alto, imponente, de manos enormes, Rivero era un distinto también en su presencia escénica. Comenzó con la orquesta de Julio de Caro. Luego cantó en la orquesta de Horacio Salgán, cantó en la orquesta de Aníbal Troilo, grabó las milongas de Borges con Astor Piazzolla: podemos resumir su trayectoria en esa línea, pero nos quedamos francamente cortos si no decimos, por ejemplo, que con Salgán grabó Trenzas, que con Troilo estrenó Sur y El último organito, que entre las milongas de Borges estaba la de Jacinto Chiclana.
Y como si todo esto no fuera suficiente, Rivero se dedicó luego a grabar con guitarras. Porque con esas manos grandotas era un extraordinario guitarrista y un notable arreglador. Y cultivó el lunfardo, del cual era un estudioso. Fue, además, uno de los grandes animadores de la noche porteña: por su boliche de San Telmo «El viejo almacén», pasaron los más grandes. Y exportó su talento en unas cuantas visitas a Japón, donde fue recibido como lo que era: una gran estrella.
Edmundo Rivero dejó una huella enorme. No hay, lamentablemente, ningún cantor que pueda igualar su registro. Con esas cosas se nace. Y si a la voz le sumamos onda, nos queda un artista único, como el que fue. Falleció el 18 de enero de 1986. Su inmenso legado queda entre nosotros.