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La otra «Operación Masacre»: los fusilamientos de Lanús

La resistencia peronista en nuestro distrito

Por Rubén Adrián Polese.

El sábado 9 de junio de 1956, siendo las 21 horas, se detiene un vehículo en la puerta de acceso de la Escuela Técnica Nº 5 de Avellaneda, “Salvador Debenedetti” ubicada entre las calles Palaá y Alsina de dicha localidad. Bajan sus seis ocupantes, que son los siguientes: el Coronel José Albino Irigoyen, el Capitán Jorge Costales, y los civiles Dante Hipólito Lugo, Osvaldo Albedro, Clemente Ross y Norberto Ross (este último era hermano del anterior, que había llegado hacía sólo unos días de Rosario, y se encontraba de visita en casa de su hermano). Inmediatamente descargan un equipo transmisor que se enlazaría con una radio que otro grupo debía tomar (Radio Antártida), y desde allí se intentaría irradiar la proclama del General Juan José Valle, a partir de las 23 horas de esa misma noche.

Pero fueron surgiendo varios problemas casi al mismo tiempo: se reforzó la custodia de Radio Antártida, emisora que debía capturar un grupo de insurgentes y frente a tanta vigilancia desistieron de hacerlo; otro grupo, al mando del Teniente Coronel Modesto Leis, tenía como objetivo tomar la sede de la Segunda Región Militar en la calle Alsina al 200, no logran ubicar el vehículo con armas que otros complotados debían dejarle, y luego es apresado junto con otro militar de apellido Ricagno y llevados a la comisaría 1º de Avellaneda. Uno de los sobrevivientes, el joven Rubén Mauriño que se encontraba intentando colocar una antena transmisora en la escuela industrial de Avellaneda, nos cuenta detalles de lo acontecido:

“Mi viejo me había dicho que dejara el equipo transmisor y me fuera a casa, pero me tenté, entré en la escuela y me quedé. Además lo vi a Lugo, que lo conocía. Dante Lugo era radiotelegrafista. Debíamos tener el apoyo de un grupo grande de la policía, pero no vino ni uno. La verdad es que estaba todo entregado. Lugo me mandó a la terraza a colocar una antena, y cuando ya estaba arriba se mete la policía. A mí me bajó un comisario a las patadas y fui preso con todos. Me salvé de que me fusilaran porque era un pibe.”

El General Juan José Valle se encontraba a pocas cuadras de allí, junto con el General Tanco y otros militares: el Coronel Fernando González, el Teniente Coronel José Irigoyen y el Capitán de Corbeta Hugo Guillemón, junto con varios civiles (entre ellos Andrés Framini, Eustaquio Tolosa y Juan Carlos Irigoyen). Pasadas las 23 horas la proclama no se irradia, lo que hace suponer a los conjurados que algo había fallado.

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Efectivamente, alrededor de las 22.30 horas aproximadamente, la Escuela Industrial de Avellaneda comienza a ser rodeada por una fuerza policial integrada por veinte agentes y algunos oficiales, sin que los que se encontraban dentro de la escuela hayan podido irradiar la proclama. Se entregarán sin oponer resistencia. Paralelamente, hombres armados de la policía al mando del Comisario Inspector Domingo Mussio de la Brigada de Investigaciones, detendrán gran cantidad de transeúntes de varias esquinas de la localidad de Avellaneda y Lanús, y conducidos a la Comisaría Primera de Avellaneda. Allí serán trasladados los seis detenidos en la Escuela Industrial que intentaron irradiar la proclama del General Valle, con la excepción del menor, que citamos en el párrafo anterior, pues será posteriormente dejado en libertad.

Hacia las 0:30 horas del domingo 10 de junio se encuentran detenidos en la Comisaría de Avellaneda, dos grupos de aproximadamente veinticinco a treinta personas cada uno , a quienes se los ubicó en círculo alrededor de una pared y en dos oficinas distintas. Allí se les tomó los nombres y declaración a cada uno de ellos, que mientras tanto escucharán por la radio policial la lectura del decreto de Ley Marcial, por la cual “a partir de ése momento” (a las 0.32 horas del 10 de junio), “todo el que fuera detenido en actitud sospechosa sería pasado por las armas”. La orden de fusilamiento fue firmada por el General Aramburu antes de partir hacia Rosario. También suscribieron dicho decreto el Contralmirante Rojas y sus cuatro ministros: Coronel Arturo Ossorio Arana, Contralmirante Teodoro Hartung, Comodoro Julio César Krausse y el Ministro de Interior Laureano Landaburu:

“La insurrección del 9 de junio fue aplastada con una dureza que no tenía precedentes en los últimos años de la historia Argentina. Por primera vez en el siglo XX un gobierno ordenaba ejecuciones para reprimir un conato de rebelión.”

Luego son llevados hacia los carros de asalto de la policía, que los trasladaría a la Unidad Regional de Lanús, donde se encontraba desde horas tempranas de la tarde, el Subjefe de la policía de la Provincia de Buenos Aires: Capitán de Navío Salvador Ambroggio, acompañado del Inspector Mayor Daniel Juárez, que posteriormente realizaría los tiros de gracia a los fusilados. Allí fueron separados nuevamente en dos grupos, y colocados formando un círculo en el hall de entrada unos, y en una oficina otros. Se los identificó nuevamente a los que venían de Avellaneda y a los que ya se encontraban en la Unidad Regional detenidos. Uno de los hombres que salvó milagrosamente su vida ésa noche y que integraba uno de los grupos comandos de la denominada “Resistencia Peronista”, nos relata aquéllos momentos:

«Les ataron una venda en los ojos y los llevaron al paredón»

“Nos toman declaración a todos. Las preguntas eran las de siempre: Quiénes éramos, de donde veníamos, de que trabajábamos, etc. Después nos llaman de nuevo y nos dicen: “les vamos a leer la contestación a sus declaraciones; habiendo escuchado las declaraciones y no aceptando las mismas, etc. se dispone lo siguiente: El Coronel José Albino Irigoyen y el Capitán Jorge Miguel Costales, (vestidos de uniforme militar en ése momento) deben ser pasados por las armas”. Ahí lo vi al Coronel José Irigoyen con ropa militar, preso como yo; a Dante Lugo, a los hermanos Clemente y Norberto Ross. Lo cierto fue que se acercó un tipo y gritó: ¡Coronel Irigoyen! Se lo llevaron y al rato escuchamos una ráfaga de ametralladora”

Les leyeron un juicio sumarísimo por el que se le notificaba la ‘condena a muerte.’ Les ataron una venda en los ojos y los llevaron al paredón del fondo que circunda el patio de la Unidad Regional. Primero lo fusilan con ráfagas de metralla al Coronel José Irigoyen, y luego al Capitán Jorge Costales. Posteriormente siguieron los civiles Clemente Ross, su hermano Norberto Ross, Osvaldo Albedro y finalmente Dante Hipólito Lugo. Ellos eran precisamente las seis personas detenidas en la Escuela Industrial de Avellaneda. Posteriormente un comunicado radial brindará la noticia de que “En Lanús, 18 civiles que pretendieron asaltar una comisaría fueron pasados por las armas.” En realidad, el comunicado era falso, ya que sólo fueron seis los fusilados, aunque si es cierto que se planificó asaltar la comisaría. La finalidad de ese comunicado era ejercer una acción psicológica paralizante sobre el movimiento insurreccional de ésa noche. Sin embargo, la intención era seguir fusilando a los detenidos, como nos relata José López, testigo presencial de los hechos ocurridos esa noche:

“Ya habían fusilado a seis. Luego sigo yo y un juez de Lomas de Zamora, de nombre Argentino Saná, y nos ponen de a dos la venda, porque ya éramos muchos en la fila. Llega un policía y le dice al Capitán de Navío Ambroggio: ‘lo llaman por teléfono de la presidencia.’ ‘Bueno, ya voy; le contestó. El Inspector Mayor Juárez le dice; ¿que hacemos con éstos?, y Ambroggio le contestó: ‘esperen que venga’. La angustia era enorme. Tardó como cinco minutos pero me pareció una eternidad. Llega y dice ¡basta de fusilamientos! ‘sáquenles la venda y pásenlos a la pieza’. Había salvado milagrosamente mi vida. El detalle más importante fue que no fusilaron a más gente porque no revisaron a nadie. Habrán pensado que nos habían revisado antes de llegar a la Unidad Regional. Muchos militares que estaban detenidos con nosotros ésa noche, vestidos de civiles, tenían los planes de acción en sus bolsillos, y si los hubieran revisado nos fusilan a todos.” Entre las docenas de detenidos en la Unidad Regional, se encontraban numerosos Comodoros y Coroneles, todos vestidos de civil, y también una numerosa cantidad de civiles; algunos de los identificados por la prensa son: Salvitelli, Belli, Francisco Faut, Ricagno, Modesto Leis, Verona, Argentino Saná, Calabrese, los hermanos Troyón, Varela, entre otros, junto con los ya mencionados en este relato. Los detenidos pasaron toda la noche de pie y sin dormir. Pasadas las cinco de la mañana les dan a los detenidos un pedazo de dulce de membrillo y un café:

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“A uno se le ocurrió decir que el dulce estaba envenenado. Nosotros, a pesar del hambre que teníamos, no comimos nada. Entre todos corrimos la voz y nos dijimos: ‘vamos a tirarnos contra los tipos de acá, moriremos diez, pero treinta van a poder escaparse’. En eso pasa el Subcomisario Martínez de Villa Industriales, que era amigo mío y me dice: ‘No hagan nada que están dejando en libertad’. Y nos quedamos tranquilos.”

Hacia las ocho de la mañana, dos de los últimos en salir fueron justamente los dos que iban a ser fusilados, José López y Argentino Saná que se habían salvado de ser pasados por las armas y posteriormente liberados, con ésta advertencia:

“Se salvaron. Pero la próxima vez que los agarremos los fusilamos en la calle. Les damos cinco minutos para que lleguen a sus casas. A todo esto, en mi casa se habían enterado de los fusilamientos por la radio, y mi hermano junto con mi cuñado fueron al Policlínico de Lanús, y creyeron verme a mí en la pila de cadáveres amontonados. Inclusive al otro día sale en Clarín, que yo y Argentino Saná estábamos entre los fusilados. Salimos de la Regional y nos metimos en un Café .Comentamos lo que nos había pasado y no lo podíamos creer. Le dije si venía conmigo a avisarle a los parientes de los amigos nuestros que habían sido fusilados, y en determinado momento el Doctor Argentino Saná mete la mano en el saco para sacar un pañuelo y se encuentra una pistola chiquita, de un sólo tiro, y me dice: ‘Dios no quiere que muera. Si me hubiera acordado que tenía esto encima me pego un tiro’. Yo Aparezco en mi casa después de dos días. Todos me daban por muerto. Parecía un fantasma.”

El «fusilado que vive» de Lanús

Un mes después José López fue nuevamente detenido, torturado durante varios días y vuelto a dejar en libertad. El relato de éste “fusilado que vive”, ilustra claramente las luchas de los primeros tiempos de la Resistencia peronista en el Partido de Lanús.

En todos los casos, como dijimos anteriormente, la ley marcial fue aplicada en forma retroactiva a los fusilados en Lanús, ya que habían sido detenidos con anterioridad a que dicha ley se declarara.

Tampoco se discriminaron las responsabilidades individuales en los hechos ocurridos ésa noche. Inclusive los cuerpos de los fusilados fueron entregados días después a sus familiares, prohibiéndoles un digno velatorio de los mismos, y hasta le negaron la asistencia de flores y coche fúnebre para su traslado al cementerio.

En suma, el levantamiento del 9 de junio de 1956 en el partido de Lanús termina dejando un saldo de numerosos muertos civiles, muchos más que las bajas militares. Algunos de los civiles detenidos terminan de fallecer poco tiempo después producto de las torturas recibidas en la Unidad Regional de Lanús, como fueron los casos de Aldo Joffre y Román Salas:

“Aldo Jofré murió en la comisaría de Lanús y Román Salas, que era boliviano, murió a raíz de las torturas. Se les hizo un monumento en el cementerio de Quilmes.”

“El asunto fue que mientras manipulaban productos peligrosos, Aldo Emir Jofré y Ferraso quedaron heridos después de una explosión. Llegó la policía y los detuvieron. Jofré nunca pudo curarse del todo de las quemaduras porque seguro lo torturaban sobre las heridas. Pero era joven y fuerte, así que a pesar de todo se fue reponiendo. Pero un día apareció ahorcado en su celda. La policía dijo que Jofré se había suicidado. Yo estoy seguro que no, se ve que se les fue en la tortura, le dieron de más y se les fue. Entonces lo colgaron para justificar el asesinato. Total… ¡Quién iba a investigar!”

Pasaremos a abordar en el siguiente apartado, algunas de las hipótesis planteadas en relación al tema del levantamiento del 9 de junio de 1956 para el caso del partido de Lanús y sus consecuencias.

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL LEVANTAMIENTO DEL 9 DE JUNIO Y EL CASO DE LANÚS

En los párrafos precedentes mencionábamos los numerosos vínculos que tuvieron los grupos de la resistencia civil peronista de Lanús con oficiales y sobre todo con suboficiales retirados o en actividad, a partir de la planificación del levantamiento contra la dictadura militar de Aramburu y Rojas, como lo mencionan diversos testimonios:

“Yo formé parte de los comandos de suboficiales retirados del ejército, como civil. El 9 de junio de 1956 yo había sido citado por el Capitán Rocatagliata, y cuando supe que en cada esquina se sabía del golpe militar, tuve miedo y no seguí, me aparté. Nos encontramos en el club Lanús con el negro Salguero y Heber Salvati. Cuando yo percibí que esto era una entregada no estuve de acuerdo en participar.”

“Guidi trajo al Coronel Gentilhuomo a una reunión en 1956 en Gerli. Nos reunimos en la casa de un compañero que era delegado regional de la CGT de Avellaneda, Albornoz de apellido.”

“Había reuniones entre civiles y militares, teníamos contactos con ellos y nos instruían a nosotros.”

“Estábamos todos ramificados y conectados. Llegué a conocer a Valle y a Cogorno. Tuvimos conversaciones cara a cara con ellos, algunos, no todos. Para el 9 de junio volvíamos de Avellaneda con Albedro y el Coronel Irigoyen. Cuando bajamos el puente se nos vienen de frente dos camiones del ejército y el Coronel Irigoyen me dice: “vos salvate que sos el más joven”, y prácticamente me tira del auto. Se me descolocó el brazo cuando caigo y me oculté durante varios días debajo de los vagones del ferrocarril. Estuve cinco días comiendo pasto y tomando agua de la que había por ahí.”

La relación entre los civiles y militares se estrechó antes del 9 de junio, con tareas bien específicas a realizar por la parte civil, y también asume como característica principal, de acuerdo con los testimonios, que estuvo integrada por miles de hombres :

“Estaban los civiles que se acercaban y se sumaban al proyecto. En su absoluta mayoría eran civiles que trabajaban ya en la resistencia. El objetivo de los civiles sería el de dar apoyo o ayudar a tomar sedes militares, de comunicaciones, rutas, etc. Militares ya enrolados en la fracción militar que proyectaba el levantamiento, tenía relaciones estrechas con comandos de la resistencia que ya se venían conformando y accionaban, sobre todo en el conurbano bonaerense. El Mayor Guillermo Barrena Guzmán fue uno de los oficiales que se sumó tempranamente al proyecto de levantamiento de Valle. Tuvo un intenso papel en su preparación y mantuvo estrecha relación y actividad con numerosos grupos civiles, por lo menos de la zona sur bonaerense. Los militares eran poco numerosos en relación al conjunto de civiles que se estaban moviendo operativamente. Fueron miles de hombres –y algunas mujeres-los que se movilizaron aquel 9 de junio de 1956 para derrocar a la dictadura de Aramburu y Rojas con la intención de traer nuevamente al país a Juan Domingo Perón.”

A pesar de las numerosas reuniones mantenidas entre militares y representantes gremiales, como sostuvimos anteriormente, surgieron algunas discusiones por el tema del reparto de las armas y las tareas que debían desempeñar los civiles en el contexto de dicho levantamiento:

“Yo participé de varias reuniones de este tipo y le aseguro que no eran reuniones tranquilas, porque muchas veces discutíamos y más de una vez estuvimos al borde de las trompadas. Los militares se creían que nosotros no teníamos idea de nada, que teníamos que obedecer y listo. Y nosotros no…de ninguna manera. Yo les dije una vez en una reunión amplia que tuvimos en Monte Grande:

»los que sabemos como hay que manejarse en las ciudades somos nosotros.¡ustedes de esto no tienen ni idea! Nosotros somos como las ratas. Conocemos todas las cuevas de la ciudad, ustedes no«.” “Nosotros teníamos cierta desconfianza de un golpe estrictamente militar. Teníamos que organizarnos con los medios que podíamos. Todos los militares me hablaban a mi de combate pero no teníamos los medios necesarios para hacer lo que realmente queríamos hacer, y con los malditos “caños” o con unos revólveres podíamos hacer muy poco.”

La cuestión de la entrega de armas de los militares a los civiles esta estrechamente relacionada con el tema la filiación partidaria que debería tener el movimiento, tema por el cual se generaron una variada gama de discusiones entre civiles y militares respecto del mismo: de si se trataría de un clásico “pustch” golpista para convocar luego a elecciones libres sin proscripciones o se trataba de una “revolución peronista”, como mencionáramos en el apartado anterior:

«La revolución estaba planificada para que viniera el General Perón»

“La revolución estaba planificada – es decir, nosotros la vendíamos así- para que viniera el General Perón y se hiciera cargo inmediatamente del movimiento revolucionario. Para ello a nosotros nos habían prometido que nos iban a dar armas, y de todo lo que hiciera falta. Si no teníamos armas, ¿Qué mierda íbamos a hacer? con un panfletito no íbamos a hacer una revolución. Ese planteo se lo hice yo a un militar que había mandado Aparicio Suárez. Bueno, ellos dijeron, la revolución es de corte netamente peronista. Preguntamos nosotros: ¿pero peronista, auténticamente peronista? Sí, nos contestaron. ¿y el objetivo es traer a Perón para que se haga cargo del gobierno? Sí, dijeron. ¿y los grupos civiles que papel van a desempeñar? Bueno, van a tener que tomar radios, van a tener que tomar esto y lo otro; van a estar con los militares, en un comando conjunto con los militares y van a tener armas. La gente que está trabajando va a tener armas pero “en el momento oportuno”.Nosotros pedíamos las armas antes. No quisieron dárnoslas. Este es el cuento que siempre nos hacían. Me da la impresión que tenían miedo de darnos armas. Pero, claro, había milicos que uno no conocía y no sabía bien si eran peronistas, pero había otros que sí sabíamos que eran peronistas, pero ésos tampoco querían darnos armas, ni el 9 de junio ni en la de 1960 con el General Iñiguez.”

En dicho contexto, el Mayor Pablo Vicente pasó a buscar a un trabajador de la fábrica Siam, Ángel Vaqueiro el 8 de junio de 1956, y lo llevó a una entrevista con el General Juan José Valle en la calle Carlos Pellegrini casi esquina Tucumán, en Capital Federal. Valle le aseguró que se trataba de un levantamiento para traerlo a Perón nuevamente a la Argentina:

“¡Quédese tranquilo hijo mío, esto es para traerlo de nuevo a Perón al país!. Nos dijo Valle. Nos abrazamos y nos despedimos. Yo tomé esto; y creo que me lo dijo así Pablo Vicente; como una especie de premio por el trabajo que veníamos realizando. Algo así, también, como un estímulo. Por esto yo lo recuerdo a Valle como un padre. Por aquellas palabras.”

Inclusive, el contenido de la proclama emitida el 9 de Junio desde la ciudad de Santa Rosa en la Pampa, señala desde el primer párrafo que “No nos guía otro propósito que el de reestablecer la soberanía popular” donde se omite toda referencia a Perón pero se hace referencia al peronismo cuando habla de “la monstruosidad totalitaria de un decreto-ley que bajo penas gravísimas prohíbe a los ciudadanos hasta el uso o empleo individual de palabras, fechas, símbolos, fotografías, nombres y expresiones que se proscriben” .Es decir, estos y otros motivos mencionados en los párrafos anteriores, nos permite pensar que los civiles que estuvieron involucrados en el levantamiento estaban convencidos de que se trataba de una “revolución peronista,” a pesar de que la dirigencia militar del movimiento presenta matices respecto de esta cuestión como lo señala el testimonio citado del hijo del General Raúl Tanco y otros oficiales implicados en el levantamiento, inclusive combinado con la hostilidad de Perón hacia este tipo de salidas.

El último testimonio de Osvaldo Albedro dirigido a su esposa horas antes de ser fusilado en la Unidad Regional de Lanús, nos ilustra la percepción que tenían respecto de que se trataba de una “revolución peronista”, tanto por parte de los insurrectos que participaron del levantamiento del 9 de Junio en el partido de Lanús como en otros puntos del país:

«La Revolución Peronista que se levanta contra la más grande tiranía»

“Al escribir estas líneas ya estamos a sólo minutos de la Revolución Peronista que se levanta contra la más grande tiranía que avasalló contra todas las garantías constitucionales de nuestra querida Patria.”

Por otra parte, si bien la proporción de jefes y oficiales comprometidos fue mínima, la participación civil en el caso de Lanús fue numéricamente importante debido al aporte de cientos de obreros de la fábrica Gurmendi y de los talleres ferroviarios de Remedios de Escalada, al igual que otros trabajadores del sur del Gran Buenos Aires, como lo describe el testimonio de Roberto Miguelez, integrante de los grupos de la resistencia la noche del 9 de junio de 1956:

“En junio del 56, cuando fue el episodio de Valle, yo formaba parte de uno de los grupos a los que nos iban a entregar armas. Estábamos citados en Plaza Italia. La idea era tomar el Regimiento de Infantería que estaba ahí y repartir las armas entre los civiles. Estaban citados los responsables de los grupos a los que se les iban a entregar las armas. Yo no tenía participación sindical, mi actividad era de otra índole, formaba parte de organizaciones creadas para la Resistencia. Eran organizaciones clandestinas. Mi hermano, José Miguelez trabajaba en la fábrica Sánchez Gurmendi, que ahora cerró, formaba parte de un grupo donde había dos delegados, Soto y Carretero, que estaban a cargo de catorce trabajadores; cada delegado tenía a su cargo siete compañeros. Para incorporarse al grupo les hacían una ficha donde constaba el nombre, domicilio, apellido, aptitud que tenía al dejar el servicio militar y si lo había hecho, porque se suponía que en el momento de recibir las armas se las iban a entregar a los que supieran manejarlas. Estos compañeros se juntaron a las siete en Plaza Italia donde estaba mi hermano, eran todos trabajadores: camioneros, electricistas, ferroviarios, telefónicos, etc. Había miles de personas en Plaza Italia, casi todos eran de Lanús y Avellaneda.»

Al igual que en el caso de la ciudad de La Plata, la participación de los civiles fue cuantitativamente muy importante en dicho levantamiento, según el testimonio de Hipólito Gallardo que se encontraba preso como conscripto en el calabozo del Regimiento Nº 7 de La Plata:

“Y tomaron el cuartel. A mi ya me conocían, así que me sacaron del calabozo y enseguida me dieron un arma. Al rato entraron mil civiles. La participación de los civiles fue muy importante. Fueron tomadas todas las comisarías, las radios y todas las instituciones de La Plata, al mando del Teniente Coronel Cogorno. Lo único que resistió fue el departamento de policía.”

Según estos testimonios, contrariamente a lo que sostienen algunos historiadores, la participación civil en el levantamiento del 9 de junio fue de significativa importancia para el caso de los trabajadores del sur del Gran Buenos Aires, específicamente de Lanús y Avellaneda.

(Tomado de Vencedores vencidos. La resistencia peronista en el partido de Lanús, de Rubén Adrián Polese. Editorial El Colectivo.)