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Indios, motos y tango: un viaje por la imaginación de José Perera, autor del «Malevo» que arrancaron de Valentín Alsina

Por Daniel Riera. Fotos: Mauro Ferrero.

En su taller de la calle Liniers, cerca del hospital Evita, el escultor José Perera sigue trabajando. A los 73 años, el artista lleva 55 dedicados sobre todo a la escultura, desde aquella mano shakespereana que sostenía un cráneo, que todavía conserva, hasta hoy. El Malevo, su obra más ambiciosa, que Grindetti sacó de la bajada del Puente Alsina y que se deteriora, abandonada, en el Velódromo, es una herida que hasta hoy no pudo reparar. «Al sacarlo la agarraron de arriba con una grúa, como si quisieran destrozarla, y destrozaron mi sueño de regalarle a Lanús, donde pasé toda mi vida», sostiene. Pese a todo, sigue trabajando y hace un alto para conversar con La Unión de Lanús.

-Todo lo que estás viendo está en chapa de hierro, golpeada a martillo y soldada con autógena. Era el material al que tuve acceso de muy chico, por el taller de mi padre. Toda mi vida trabajé como escultor. Te puedo decir que toda mi vida me llamaron la atención las formas, desde muy chico. Antes de hacer esculturas hacías relieves, repujado a martillo, pero después pensé que si podía hacer relieves también podía lanzarme a la escultura. Empecé entonces a hacer figuras cada vez más comprometidas. Mi primera escultura fue una mano sosteniendo un cráneo, en 1966, bah, puede ser un poco posterior, pero no mucho. Pero seguro que lo primero fue ese cráneo. Como te darás cuenta, me gustan mucho las motos, por eso me puse a hacer epopeyas de motociclistas con el perro centauro un personaje de un cuento que escribí. Después me entré a volcar a cosas más nuestras. La ciudad de Lanús siempre me llamó mucho la atención, porque aquí viví toda mi vida.

-¿Formó parte de algún movimiento artístico?

-Siempre tuve pasión por la forma, el color, el dibujo.  Tengo amigos artistas, pero la verdad es que nuestro tiempo lo invertimos como amigos, por ahí ni hablamos de lo que hacemos. Nunca me gustó ser influido ni influir a los demás en cuanto a la estética, hice un año de Bellas Artes y lo dejé porque vivía discutiendo con los profesores. Algunos colegas me han dicho que no estoy “contaminado” por influencias, que es bastante ingenuo lo mío, y es cierto, aunque la verdad es que no sé qué le agrega ni qué le quita eso.

-¿Cuál es su mundo como artista, cuáles son sus temas?

-Yo tengo una visión bastante encontrada con algunos lugares comunes y generalizaciones. Están los que dicen que si la vida fuera completa, el arte no existiría, como si el arte estuviera separado de la vida. A mí me parece que es una faceta más, y la verdad es que los roles que hay que cumplir y que hay que llevar a cabo para que la obra quede terminada, son muy parecidos a cualquier empresa que se propone uno. Me gustó siempre mucho desacralizar el arte, hacerlo más llano, romper el blindex de las galerías, que convocan a un grupo supuestamente apto para consumir arte. La verdad es que no creo en una cosa así. Hay gente muchísimo más sensible que uno, que no tiene la capacidad o la facilidad de que la obra salga por sus manos, pero sí de apreciarla. La temática es bastante variada. Lo primero que debe cumplir una obra de arte es una razón estética. Que sea agradable o que movilice, por lo menos, porque no tiene por qué  agradar siempre. Y después si expresa un problema social o algo así, mejor. Pero no me pasa a la inversa. Pienso que la obra de arte tiene que ser esencialmente estética, porque hay otra forma de decir las  otras verdades y hay gente que lo hace mejor de lo que lo puede hacer uno. Con respecto a mis temas… las motos me gustan desde que nací y hoy tengo 73 años y me siguen encantando. Los indios tienen una existencia en la historia absolutamente atractiva para mí, porque  los veo despojados de todo enfrentando la historia. Y me encanta la poesía que encierra esa historia. La moto es una máquina rotunda, una máquina de libertad. Y la experimenté, por suerte. Arreglaba mi moto, me iba de acá para allá, a Gesell, a Córdoba. Esta Indian que ve por ahí, fue mi moto y tiene los mismos años que yo, es de 1948.

-Y en algún momento apareció el tango…

-El tango tiene dos razones para mí: uno es la falta de homenaje escultórico a ese tema, hay muy poca obra, y el tango me gusta mucho porque estéticamente es precioso, aunque no sé bailar, pero en los carnavales me decían “mirá como baila está gente” . Y haciendo el Malevo que le vendí a una empresa, que hice en el patio de los tilos del Centro cultural Recoleta, a la vista del público, se me acercaron varios extranjeros. Entre ellos había un norteamericano que vivía en Miami, que me decía que cada vez que preguntaba por algo telúrico lo mandaban al Obelisco. Entonces yo me daba cuenta de que estaba abordando un tema que hacía falta. Me parece que estoy abordando una estética y un lugar que están un poco huérfanos.  En el lugar donde me posibilitaron poner mi primera obra de tango, haciendo un homenaje a toda la historia del tango que todavía existe ahí , es un lugar lleno de fantasmas tangueros, el barrio donde nació Edmundo Rivero, y que siempre fue una desolación no sé por qué extraño fenómeno. Está el puente más lindo que tiene la Argentina, el Puente Alsina, y sin embargo es una desolación. Y hacía falta un homenaje, una especie de anfitrión que le diera a la gente la bienvenida a Lanús. Entonces se me ocurrió comenzar un sueño mayor: toda una historia del tango alrededor del puente. Entonces hice una obra, el Malevo de Fierro, que interactúa con otra que es Tango de Acero, que todavía está en ese lugar. La primera es de aluminio y la segunda es de acero inoxidable. Es la escultura de tango más grande que se conoce, y fue destrozada, no sé si por capricho de la secretaria de Cultura Thelma Vivoni o de Grindetti. Está tirada en el velódromo, pudriéndose. Es la primera vez que trabajaba en grande y trabajaba en aluminio. Imagínese para semejante tamaño hice algo liviano, aunque adentro tenía una estructura férrea galvanizada, y la columna vertebral era un caño de 40 centímetros por 10 metros, encerrado tres metros en el suelo para que ningún viento pudiera tirarla. Eso fue arrancado de cuajo. Anes de que ocurriera eso, desde el 2015 yo estaba mandando modelos al Municipio de las otras figuras que planeaba hacer. Una era para la placita de enfrente,  se iba a llamar Tango en el aire, porque iba a estar elevada doce metros sobre una columna de un metro de diámetro, y la pareja más arriba. Elevado en el aire, con un vistazo desde el auto te dabas cuenta qué era. Y tenía pensado hacer la Reina del Plata, que nadie le dio bola. Es una reina y todas las almenas de la corona son parejas de tango y tiene un mate en la mano, es como una licencia poética. Bueno, todo eso quedó en la nada. Y además de la tristeza de que hayan roto esa escultura , porque el Malevo de Fierro está destrozado, (posteriormente a que yo avisara que la iban a destrozar, porque no había forma de sacarla sin romperla) quedó trunco también mi querer hacer.

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-Se puede restaurar?

Sí, hay que ponerse a trabajar, pero  no me olvido tampoco que tengo casi 74 años. Es un desierto esa zona y volvió a ser un desierto. La otra escultura quedó ahí perdida con la garita de la policía.  La verdad es que sobraba espacio para que convivieran la seguridad y la cultura. Y le vuelvo a decir: el drama es de la gente. A mí me toca como vecino y como hacedor . Me toca la pérdida de mi obra, un año de trabajo demencial. Me llevaba la pasión de regalarle algo a Lanús , donde pasé toda mi vida. Y lo que era un sueño se convirtió en una pesadilla. Estoy dispuesto a invertir hasta el último día de mi vida para volver a convertir esa pesadilla en un sueño. Y después como un acto bipolar o esquizofrénico, por iniciativa de los que considero mis amigos –la gente de Unidad Ciudadana- me nombraron Ciudadano Ilustre, y fue por unanimidad, es decir que también lo votó la gente del partido que había sacado al Malevo de ese lugar. Me abracé con gente de ese grupo porque fueron amables conmigo. Se quedaron con mi proyecto y jamás me contestaron. Es una cosa latente. A lo mejor la vida es tan extraña que alguna vez se concreta.