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La dolorosa despedida de la ARGRA por el fallecimiento de Osvaldo Barattucci, fotógrafo, militante, vecino

El 30 de diciembre pasado falleció Osvaldo Barattucci, fotoperiodista, compañero, buena persona. Fue presidente de la Asociación de Reporteros Gráficos poco tiempo después del asesinato de José Luis Cabezas. Desde allí peleó incansablemente por Justicia. Vecino de Remedios de Escalada, Osvaldo enseñaba fotoperiodismo y fotografía en la Casa de la Cultura. Esa fue la última trinchera desde la cual defendió la dignidad de su oficio. Compartimos aquí la despedida que escribiera Miguel Gaya, abogado de la Asociación de Reporteros Gráficos (ARGRA).

Un brindis por Osvaldo.Uno de nosotros. Osvaldo Barattucci (1952 -2021), in memoriam

Miguel Gaya – Abogado ARGRA. Nunca pensé que algún día escribiría estas palabras. Nunca preví que Osvaldo no estuviera para burlarse de ellas. Son las palabras más tristes que he tenido que escribir.Conocí a Osvaldo cuando asumió como presidente de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina, a los pocos meses del asesinato de José Luis Cabezas, el 25 de enero de 1997. Tres meses antes me habían contratado para una reforma rutinaria de estatutos. Y él ingresó cuando una crisis interna dejó a la Asociación sin conducción en el momento más dramático de su historia. Osvaldo era, en sentido literal, uno de nosotros. Trabajaba en un diario mediano, donde hacía principalmente fútbol, pero en general lo que pintara como noticia del día. Tenía una gran experiencia como fotógrafo de prensa, pero ninguna formación como dirigente. Fue presidente de ARGRA cuando lo único fácil era no hacerse cargo y él se hizo cargo. Y nunca retrocedió. Es difícil conocer a los hombres, y rara vez podemos saber cuánto valen, o cuánto son capaces de hacer. A Osvaldo lo conocí como a nadie, porque compartimos situaciones, decisiones y riesgos como no he compartido con nadie. Lo he visto sobreponerse al dolor, al fracaso, al miedo y a la tentación del dinero fácil. Lo he visto mantener el rumbo y las convicciones cuando lo fácil era no hacer nada y eludir el costo.El homicidio de José Luis fue un parteaguas en la joven democracia argentina, y si su deriva no fue una catástrofe social de impunidad y violencia, fue en parte porque ese hombre criado en un barrio ferroviario de Remedios de Escalada, con un oficio subalterno, hizo que lo debía hacer cuando nadie lo esperaba. Osvaldo reunió con él una honorable y entrañable Armada Brancaleone de fotógrafos, que galvanizaron a todos los asociados en una lucha social sostenida, que se mantuvo por años y aún se recuerda. Supo abrirse a alianzas y enseñanzas, en particular de la lucha de las madres y organismos de derechos humanos. Supo inscribir el asesinato de José Luis en una estela de violencia argentina, reivindicando desde los compañeros asesinados por la Triple A, hasta las víctimas del atentado a la AMIA. Supo decir que el crimen de Cabezas había sido cometido desde la impunidad, para demostrar impunidad, y para garantizarse impunidad. Y la impidió.Repetía “Decime lo que hay que hacer, pero no me digas que no se puede hacer”. Y así conducía. Por él, por su decisión política, ARGRA se constituyó como querellante particular en el juicio oral por el asesinato de José Luis, la primera vez que una asociación fue aceptada como tal en sede penal, en resguardo de los intereses colectivos de sus colegas. Antes, se había atrevido a encabezar la denuncia contra la instrucción amañada y el intento de dejar la condena en perejiles a liberar apenas la atención pública dejara de prestar atención. Y no dejó de prestar atención porque Osvaldo, cada año, cada mes, inventaba un medio de mantener viva la memoria. Desde que los jugadores de fútbol entraran a un clásico con su foto a elevar con globos, hasta hacer sonar las sirenas de los bomberos, invadir Pinamar, llenar de velas encendidas la Plaza de Mayo, o paralizar por única vez en su historia la Feria del Libro de Buenos Aires. Su mejor virtud fue no hacer esas cosas él, sino lograr hacerlas con todos, aun siendo invisible para casi todos.Así de invisible fue su decisión de fortalecer la Escuela de Fotoperiodismo de ARGRA y la compra de la sede de la Asociación, la primera en cincuenta años de existencia. Otra vez fue su conducción la que sentó las bases de una mejor y moderna institucionalización. El último recuerdo de Osvaldo conduciendo ARGRA es de diciembre de 2001. Poco antes de su exilio en España, luego de que el diario Cronista, donde trabajaba, lo despidiera casi a la semana de haber dejado de ser presidente. Esos días de 2001 dejó de lado su trabajo de fotógrafo para ser el presidente de los fotógrafos, una vez más. Las imágenes de la represión en la Plaza, las noticias de los colegas heridos, que se contaban por decenas, lo impulsó a exigir de funcionarios y jefes policiales alguna asunción de responsabilidad. Y cuando resultó claro que nadie las asumía, y todos apuraban la represión, no dudó en poner su firma a un recurso de amparo reclamando garantías para los trabajadores de prensa. El recurso fue admitido, y con él por delante la jueza Servini de Cubría pidió en la Plaza el fin de la represión y las agresiones a los fotógrafos y fotógrafas. Otra vez, Osvaldo hizo lo que nadie había hecho antes, y otra vez en defensa de los intereses colectivos de los fotógrafos y fotógrafas. Hay una palabra, las más de las veces intangible, que resulta apropiada, y es legado. Ahora que Osvaldo ya no está con nosotros, o solo está nuestro amor por él y nuestros recuerdos, nos preguntamos qué queda de su vida, de su risa y alegría. Y esta vez es cierto, queda un legado. Queda la construcción colectiva y digna de eso que llamamos ARGRA, y que no cesa.