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A 30 años del ascenso de Lanús: el equipo que arrasó con las sederías y nos dejó en Primera para siempre

Hoy hace exactamente 30 años, Lanús derrotaba por 2 a 0 a Maipú de Mendoza y se iba de la B para nunca más volver. Aquel equipo inolvidable de Miguel Ángel Russo formaba con Ojeda; Gómez, Agüero, Mainardi, González; Enrique, Kuzemka, Schurrer, Angelello; Gambier y Villagrán. Un cuadrazo, por el peso de sus jugadores, por el funcionamiento colectivo y por la camiseta que llevaban puesta. Esta es la historia de un regreso y también es la historia del nuevo nacimiento del club de barrio más grande del mundo.

Por Giovanni Di Severino

En las vísperas del acontecimiento que hoy se conmemora, el diario Crónica, fiel a su estilo, sacó un artículo de dudosa calidad investigativa y generosa credibilidad, donde afirmaba que la tela de color granate se había acabado en el pueblo de Lanús. Las sederías de ambos hemisferios de la ciudad fueron arrasadas. Y es que el fanatismo que había despertado la posibilidad del ascenso del Grana, era palpable. Tal vez no se convertía en necesaria la obligación de contrastar datos, de salir a la calle para revisar si lo que parecía cierto lo era; porque algo había y se codeaba con la temperie reinante. Amigos del barrio a los que no se les reconocía simpatía alguna o fanatismo por el fútbol, comenzaron a desfilar con los pilusos del Grana que maridaban perfectamente con los jardineros Lee de moda. En las casas, banderas de Lanús comenzaban a ostentarse tímidamente desde las ventanas. En las canchas de papi de uno y otro lado, aparecían las camisetas Nanque de Colón de Santa Fe, intercambiadas en aquel viaje donde fuimos a jugarnos la punta y volvimos más punteros que nunca; una caravana que debe ser contada entre las tops de la historia. En los cafés de la estación se relataban repetitivamente las anécdotas de la vuelta de la cancha de Dálmine, con balacera incluida y recital de los Redondos en el microestadio, al regreso. Se vivía, se sentía, se respiraba un sentido de primera persona, una sensación de ser hincha del Club del barrio, ¡Y de nadie más! Porque con eso alcanzaba, aunque estuviéramos rodeados de tantos tanques con historia pluscuamcampeona.

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Crónica aventuró lo que todos ya sabíamos, Lanús se estaba vistiendo de Lanús para demostrar que por que podía venía, y no venía para ver si podía. Y los géneros brillaron, bajo ese sol radiante, entre aquel cielo diáfano y prístino del 24, ante la masa popular que hizo de goma los tablones. Esta vez no era quimera, como el ascenso por vía del octogonal dos años atrás, que a todos tomó por sorpresa. Ahora era presentido, laburado, tan soñado como realista, con un equipo que hoy podría tranquilamente competir por títulos de elite ante los grandes y un grupo de dirigentes que anhelaba la gloria y el trascender en el mapa. Porque Lanús estaba para trascender en el mapa, cómo el Estrella Polar de aquel cuento del Gordo Soriano, que se consagra luego de soportar el penal más largo del mundo.

Y así fue. Lo que tocó después fue vivir construyendo nuestros propios mitos, nada de recibirlos prefabricados desde algún lugar de origen. Fuimos nuestros propios seres legendarios. Tradición oral, pero sostenida en el plano de lo real. Sentido de pertenencia en estado sólido, orgulloso y militado. Poblando tribunas, grafitando escudos, visitando otras regiones, entrando bolsas de cemento, pintando árboles, ganándole a los grandes, pariendo peñas en las ciudades vecinas, peleando campeonatos, haciendo sanguches para los pibes de la pensión, creciendo en edad, hinchas y estructura. Peleando una promoción (se recomienda el tan sencillo como ilustrativo y bienintencionado documental de @ReLocosXElGrana: “La permanencia de Lanús”, que se puede visualizar vía YouTube). CAMPEONANDO. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces. Delineando un presente y un futuro lejos de ser imaginado por aquel escriba que diseñó la crónica de Crónica, donde toda esa tela de aquel tiempo, ha quedado corta para poder describirnos hoy, en el particular y movedizo barro de la historia.