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El uso de la membrana y lo que está a la vista en el conurbano

Por Leonardo Torresi.

Un vecino de Capital, de Versalles, o Monte Castro, esa zona extraña que muchos vecinos del conurbano no pisamos nunca aunque vayamos miles de veces a la Ciudad, decía que la principal diferencia entre Capital y el Conurbano era que en el conurbano había cosas que podían quedar a la vista por un tiempo indefinido, y también en forma permanente, sin que nadie dijera nada o le importara demasiado.

Decía eso después de una excursión profesional a la tierra misteriosa y trataba de describir o categorizar como una escena de precariedad un techo de paja de una parrilla (eso que se usó mucho hasta entrados los años 90, cuando la seguridad empezó a tener algún interés) que como arreglo tenía un parche de un material que mientras él hacía un esfuerzo por nombrarlo, los que estábamos alrededor concebimos como un pedazo de membrana.

Para este visitante, el parche metálico que arruinaba el gesto de afectación rural del local con aspiraciones de quincho gaucho en un lugar como Ciudadela era la síntesis precisa del conurbano.

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Es decir, una cosa que debía ser ocultada pero que en función del pragmatismo, la economía de recursos y cierto desdén general hacia la vida y el futuro, podía permanecer toda la vida al descubierto.

Por supuesto que al extraterrestre hubo que explicarle lo principal: que el de la parrilla había puesto la membrana porque no tenía lógica tapar una gotera en la paja con más paja.

Conurbásico.

Quien sabe si lo entendió, pero esa teoría de la impudicia visual del conurbano no estaba para nada mal.