El 2002 y la generación de Darío: a 20 años de los asesinatos de Kosteki y Santillán
Por Matías Cambiaggi–
Calendario en mano, el 2002 empezó prematuro, en la calle, aún caliente por las balas, el humo, los muertos y heridos, apenas después de saberse que el presidente había renunciado, cuando un desconocido le preguntó a otro, la misma pregunta que empezaba a circular multiplicada en cada calle: ¿Ahora qué hacemos?
El 2002 comenzó entonces con una pregunta sin respuesta, y siguió después con una derrota casi desconocida, y subestimada, que tuvo lugar ese mismo 20 de diciembre por la tarde-noche, cuando muchos militantes que desarrollaban su trabajo al interior del creciente movimiento de desocupados llegaron a los barrios en donde militaban y/o vivían y se encontraron con la necesidad de montar guardia junto a otros vecinos ante el rumor extendido sobre la inminencia de posibles saqueos.
La historia del barrio que podía ser trinchera cuando la guerra viene en frasco chico, según cantaban los Caballeros de la Quema, se escribía con el rumor extendido que decía que de un momento a otro iban a llegar los del barrio vecino a saquearles lo poco que tenían.
Pobres tan pobres como ellos, habían pasado en cuestión de horas a volverse los enemigos silenciosos e increíbles, en lugar del Estado, sus representantes políticos y sus políticas de hambre.
“El otro”, en cuestión de horas, había pasado a ser el vecino. Lejos de pensar el próximo paso en el centro del poder político, de pronto todo había pasado a dar la sensación de girar en círculos. Muy lejos de un cielo por asalto. La patria chica, el barrio, primer eslabón de la resistencia, ante el saqueo de todo lo demás, había pasado a ser también su límite. El resabio del pasado que todavía no dejaba de escribirse en alguna forma del presente complicado.
El mecanismo, poco después se supo, alentado por las oficinas más oscuras del Estado, se había regado por todo el conurbano, y en cada barrio el reflejo había sido el mismo.
El 2002 tal vez terminó como posibilidad, ese mismo día, incluso antes de empezar formalmente, es decir, antes de concluir el 2001, ante la evidente fragilidad del movimiento popular, su falta de extensión y coordinación y las limitaciones de una sociedad aterrorizada por el descalabro económico. Pero faltaban otras evidencias. La primera de ellas fue el fracaso de la CTA en constituirse en partido al estilo del PT de Brasil, objetivo al que habían apostado durante largos años, en los que articularon distintas expresiones del nuevo sujeto social que excedían en mucho a la matriz sindical tradicional. El último fue el del FOP, ya más adelante, durante el gobierno de Néstor Kirchner, en constituirse como la herramienta política representativa del movimiento social que había hecho posible el 2001.
Causas y Condicionantes
Buena parte de las causas de fondo para abordar esta pausa en el proceso que llevaba adelante el movimiento social, podrían explicarse a partir de los mismos fundamentos de la democracia liberal que nos rige, por la fragmentación social legada por la Dictadura genocida y continuada por los gobiernos de la democracia tutelada, o por el racismo, sin más de la Argentina blanca. Pero quedarían restos inexplicados. Particulares condiciones locales que colaboran a explicar, en consonancia con los aspectos ya mencionados, los por qué aquí no y en otros sitios de la región sí, entre otras cuestiones importantes.
Siguiendo esta lógica, si bien nada puede parecer más dispar que las identidades y composición de los movimientos sociales de los que hablamos, y que van desde la CTA y el MTA, hasta el conjunto heterogéneo de los movimientos de desocupados, es posible encontrar en todos ellos, atributos compartidos, que resultaron condicionantes o incapacitantes, para dar el paso siguiente: la articulación política, y la búsqueda de representación, para dar continuidad bajo otras formas, a la experiencia del vacío político que había decretado el 2001.
La primera de ellas, sus propias condiciones de existencia, su tiempo histórico. La otra, la composición generacional de sus direcciones.
En relación al primer aspecto, todas las organizaciones nombradas: más allá de sus diferencias y la multiplicidad de distintos actores que contenían cada una de ellas, fueron todas, expresión de un proceso largo de repliegue durante los largos noventa, sin salida a la vista, ni espacio político para las minorías cuestionadoras del modelo hegemónico.
Derivado de este hecho originario y con la perspectiva que ofrece el tiempo, quedó expuesto en todas ellas, su incapacidad de articulación con fines más que coyunturales y de construcción de unidad real y la falta de voluntad y lectura política sobre la necesidad de dirimir esta situación bajo un proceso unitario, en vez de persistir por el camino fracasado tantas veces, de la disputa y la diferenciación, con la esperanza sin tiempos, de conseguir esa preponderancia en disputa.
El otro aspecto fue el generacional. Las conducciones de estas experiencias invariablemente fueron llevadas adelante por los únicos que estaban en condiciones de hacerlo, trayendo experiencias previas, como las de los setenta u ochenta, aunque también de años anteriores, con las que enriquecieron la práctica de los noventa.
Por este motivo, abordaron la coyuntura de la década larga de resistencia, con las herramientas y los lenguajes de otro tiempo, suficientes para afrontar la resistencia, pero módico, para abordar después el cambio de pantalla que significó el 2001.
Si bien sin su experiencia y conducción no hubiera habido veinte de diciembre, ni generación 2001, ni movimiento piquetero, aspectos a los cuales ayudaron a dar forma junto a los nuevos activismos, sólo con ella no alcanzó para abordar el desafío que se abría.
Junio
En el medio de todo aquel año difícil y su revuelto proceso político, casi en el medio del año, el asesinato de Dario Santillán y Maximiliano Kostecki, a manos de un comisario que seguía estrictas órdenes políticas, pretendió ser aleccionador, aunque sin suerte gracias al trabajo del fotógrafo Pepe Mateos y la condena social. No fue ese el final del proceso, sin embargo, pero sí el de una de sus formas posibles, la que hasta aquel momento estaba en curso.
La historia que siguió es conocida. Tras el llamado a elección de Duhalde, el gobierno de Néstor Kirchner asumió como propios muchos de los desafíos que impulsaban las organizaciones de la sociedad y muchos de los movimientos sociales fueron parte importante de ese proceso, aportando territorialidad, experiencias a profundizar desde el Estado y asumiendo un crecimiento que significó el paso de piqueteros, a desocupados y más tarde a trabajadores de la economía popular. El estado a su vez, dio lugar a una reactualización de la comunidad organizada para ganar aceptación en donde antes existían apenas ruinas y descreimiento.
Sería erróneo afirmar que la generación de Dario, Maxi y tantos otros y otras podría podría haber sido capaz de dar respuesta a los desafiós que se abrieron durante el año 2002, el más extraño de nuestra historia reciente, o los que vinieron después, desde el Estado bajo la gestión de Néstor Kirchner, pero sí fue capaz de vertebrar durante un proceso casi fugaz, formas de intervención innovadoras, de demostrar el coraje necesario para enfrentar a un enemigo descomunal y de encontrar algunas de las palabras que apuntaban a dar cuenta del nuevo lenguage que demandaba un tiempo político vivido como vital, voraz, y tan desalmado como un sistema cuando es puesto contra la cuerdas y golpea asustado.
A 20 años del asesinato de Dario y Maxi la organización comunitaria, la solidaridad, la dignidad de la rebeldía, las preguntas antes que las respuestas como forma de construcción, la amistad, el rechazo a la politiquería, el abrazo a la política hecha a mano y sin permiso, y la decisión de avanzar haciendo camino al andar enfrentando enemigos siempre más poderosos, son parte de los lenguajes de aquel tiempo que se empeñan en volver como coordenadas útiles, palabras frescas, necesarias, vitales.
(Publicado en Agencia Paco Urondo. Reproducido con la autorización de sus responsables).

