La morosidad de las familias se triplicó en un año
La morosidad en el sistema bancario argentino ha alcanzado niveles que no se registraban en más de una década y media, reflejando el creciente deterioro de la capacidad de pago de las familias. En septiembre, la cartera irregular de los bancos privados trepó al 4,2%, el ratio más alto desde febrero de 2022. El dato confirma una tendencia que se ha prolongado por diez meses consecutivos y que amenaza con tener repercusiones directas en los balances de las entidades financieras y, por extensión, en sus cotizaciones bursátiles.
El segmento más golpeado es el de los hogares. La morosidad de las familias escaló al 7,3%, lo que equivale a unos $4,07 billones. Se trata del registro más elevado de la serie histórica que abarca más de 15 años. El deterioro no es homogéneo: mientras los créditos hipotecarios se mantienen relativamente estables con una morosidad de apenas 0,9%, todas las demás líneas han mostrado incrementos significativos en la cantidad de préstamos impagos.
Los préstamos personales concentran el mayor nivel de incumplimiento. Con una morosidad del 9,1%, equivalente a $1,69 billones, se han convertido en el principal foco de preocupación para los bancos. Las tarjetas de crédito, por su parte, registran un 7,4% de morosidad, lo que representa $1,46 billones. Estos dos segmentos, que suelen ser los más utilizados por las familias para financiar consumo corriente, muestran un deterioro acelerado y explican buena parte del incremento general.
El fenómeno no es aislado ni coyuntural. La morosidad prácticamente se ha triplicado en comparación con el mismo período del año anterior. La persistencia de esta tendencia sugiere que no se trata de un shock puntual, sino de un desajuste estructural entre las condiciones de financiamiento y la capacidad de repago de los hogares.
La morosidad creciente en los créditos familiares tiene implicancias que van más allá del sistema bancario. Por un lado, limita la capacidad de consumo de los hogares, que deben destinar una proporción creciente de sus ingresos al pago de deudas. Por otro, restringe la capacidad de los bancos de expandir el crédito, dado que deben ser más cautelosos en la concesión de nuevos préstamos. El resultado es un círculo vicioso: menos crédito disponible, menor consumo y mayor presión sobre la actividad económica.

