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Edmundo Rivero, de Valentín Alsina para el mundo: se cumplen 110 años de su nacimiento

Edmundo Rivero, uno de los máximos exponentes de nuestro tango, nació en Valentín Alsina hace 110 años: el 8 de junio de 1911.
«Puente Alsina, que ayer fuera mi regazo, de un zarpazo la avenida te alcanzó», cantó como nadie, en una canción dedicada a su barrio natal. Su padre era un trabajador ferroviario de la estación de Puente Alsina, y si bien luego se crió en los barrios porteños de Saavedra y de Belgrano, Alsina cuenta con el orgullo de ser la localidad de origen de Edmundo Rivero.
«Puente Alsina», el tango que le escribió a su barrio natal

«El feo», como lo apodaban, vivió hasta 1986. Se fue a los 74 años, pero nos dejó su arte, a través de una voz única que supo mejor que nadie darle vida musical al lunfardo porteño y bonaerense. Además escribió dos libros y participó de siete películas.

Su extensa trayectoria le valió una infinidad de homenajes a lo largo del tiempo. Un caso es el mural en su honor que pintaron ayer mismo en el Centro Cultural Tita Merello de Alsina, al cumplirse estos 110 años de su nacimiento.

Rivero, un distinto

Cantor exquisito, con un registro desusado para el tango -el de bajo barítono- Rivero fue apodado «El feo» por su aspecto físico, definitivamente diferente de la pinta de galán de la mayor parte de los cantores del tango. Alto, imponente, de manos enormes, Rivero era un distinto también en su presencia escénica. Comenzó con la orquesta de Julio de Caro. Luego cantó en la orquesta de Horacio Salgán, cantó en la orquesta de Aníbal Troilo, grabó las milongas de Borges con Astor Piazzolla: podemos resumir su trayectoria en esa línea, pero nos quedamos francamente cortos si no decimos, por ejemplo, que con Salgán grabó Trenzas, que con Troilo estrenó Sur y El último organito, que entre las milongas de Borges estaba la de Jacinto Chiclana.

Y como si todo esto no fuera suficiente, Rivero se dedicó luego a grabar con guitarras. Porque con esas manos grandotas era un extraordinario guitarrista y un notable arreglador. Y cultivó el lunfardo, del cual era un estudioso. Fue, además, uno de los grandes animadores de la noche porteña: por su boliche de San Telmo «El viejo almacén», pasaron los más grandes. Y exportó su talento en unas cuantas visitas a Japón, donde fue recibido como lo que era: una gran estrella.

Edmundo Rivero dejó una huella enorme. No hay, lamentablemente, ningún cantor que pueda igualar su registro. Con esas cosas se nace. Y si a la voz le sumamos onda, nos queda un artista único, como el que fue. Falleció el 18 de enero de 1986. Su inmenso legado queda entre nosotros.